Noche de tres horas,
la noche que cubre el cielo con un edredón morado
el tiempo suficiente para oscurecer las intenciones.
Despejo el cielo para nublar tus ideas
y cuanto más sale el Sol en la ciudad,
más quema en las mentes de los hombres buenos.
Y es que el aumento de temperatura
se hace inevitable
cuando me doy la vuelta
y agarro el brazo que me abrazaba
y que ahora empieza a moverse
acariciando mi hombro.
Mis manos tocan tierra, clavícula, cuello,
explorando descubren músculos
que no han visto en ninguna otra espalda.
Dedos que en movimientos impredecibles
recorren mi columna
y me hacen suspirar con un espasmo.
Nadie dice nada.
Oficialmente,
estamos durmiendo.
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